Antes de la aprobación de la ley del tabaco, pensaba que la persona fumadora estaba enferma y no podía controlar sus actos, sentía la necesidad de fumar y, simplemente, salvo raras excepciones, lo hacía, sin importar dónde, cuándo ni con quién. Podía entender y justificar a las personas adictas a esta sustancia.
Tras la famosa ley, quienes fuman han disminuido notablemente el número de cigarrillos por cada hora de trabajo, en la mayoría de los casos incluso lo han dejado o sólo fuman en el tiempo de su descanso.
Por consiguiente, mi opinión sobre la dependencia que genera esa sustancia ha cambiado. He podido constatar que la voluntad de la persona puede más que la necesidad de fumar (al menos cuando es algo impuesto por ley).
Pero, ¿qué sucede en las reuniones sociales en cafeterías donde sí se puede fumar? Ahí te encuentras con tus amistades o con personas conocidas y, ¿qué puedes hacer si NO quieres fumar?
lunes, 27 de abril de 2009
martes, 7 de octubre de 2008
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